OPINION (Organización Revolucionaria Guevaristas – Democracia Socialista)
Se cumplen 94 años del primer nacimiento de Ernesto Guevara de la Serna. Por azares del destino vino al mundo en la ciudad de Rosario, pero durante su primera infancia peregrinaría entre Misiones y Buenos Aires. Luego su asma lo condujo a Altagracia, dónde vivió hasta sus 19 años. Allí volvió a Buenos Aires, sólo para abrir sus alas de cóndor por Nuestra América.
En 1959 volvió a nacer. Ahora cubano, argentino-cubano, nuestroamericano, tricontinentalense. Fue cuando los pueblos lo bautizaron «El Che», por su sonar sencillo, fraterno, cercano, desde abajo.
Se cumplen 94 años de su primer nacimiento y pronto serán 55 de su última batalla en vida. Y con todo lo que ha ocurrido desde entonces, aún su figura nos interpela, aún su estampa, impresa en innumerables banderas, atemoriza a los dueños, a los explotadores de todo pelaje. Aún su mirada de fuego abre campos de esperanza entre las y los de abajo.
Y a propósito de su natalicio cómo no preguntarse ¿Qué diría el Che en estos tiempos de crisis, desigualdad, guerra e incertidumbre? Seguramente, con su vocación de polemista, de estudioso profundo de las problemáticas de la humanidad, alzaría su voz para dar su opinión, señalaría una senda, descartaría los atajos, las cantinelas de los poderosos, las eternas promesas de la burguesía y el imperialismo.
Y con todo lo que nos ha ocurrido desde entonces, podemos encontrar en sus escritos indicios de cuál sería su mirada. Es que hay algunos debates que se repiten. Polémicas que en realidad tienen casi un siglo, porque nuestros males no nacieron ayer. ¿Cómo salir del «subdesarrollo», del «atraso», de la dependencia? ¿Cómo romper el destino trazado por el imperialismo de ser eternos exportadores de materias primas? ¿Cómo conjurar el «maleficio» de ver crecer el hambre en la tierra del trigo y las vacas?
Allá por 1961, cuando la Revolución Cubana cumplía su segundo aniversario, y en el medio de duras batallas -de ideas y de fuego- el Che escribió lo siguiente:
«…Eso es lo que en realidad somos nosotros, los suavemente llamados «subdesarrollados», en verdad países coloniales, semicoloniales o dependientes. Somos países de economía distorsionada por la acción imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas industriales o agrícolas necesarias para complementar su compleja economía. El «subdesarrollo» o el desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas especializaciones en materias primas que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros, los «subdesarrollados», somos también los del monocultivo, los del monoproducto, los del monomercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que impone y fija condiciones, he aquí la gran fórmula de la dominación económica imperial que se agrega a la vieja y eternamente joven divisa romana, divide e impera…»[1].
Parece mentira que ese diagnóstico, escrito hace 60 años, siga hablando de nuestra realidad. Parece mentira que haya quienes sigan sosteniendo que la única salida es profundizar ese mismo camino: el extractivismo. Y que nos aseguren que «el desarrollo» puede llegar de la mano de la apuesta por otro -o el mismo- monoproducto.
Es que la repetición, y la coincidencia, tienen que ver con otro debate, que abrió Cuba y que atravesó nuestro continente. ¿Es/era posible el desarrollo de un capitalismo criollo? ¿Hay en América Latina un sector de la burguesía con la que podamos recorrer parte del camino hacia la emancipación? En aquel mismo texto, el Che escribía:
«… ¿Y la burguesía? se preguntará. Porque en muchos países de América existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional (…) No obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha contra el imperialismo.
Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía.
La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y el latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la Revolución…».
No hace falta más que hacer un rápido recorrido por la historia latinoamericana de las últimas décadas para encontrar ejemplos sobrados que den cuenta de la certera caracterización del Che. Aún así, vuelven a sonar «razonables», y generan esperanzas, el «capitalismo serio», las izquierdas del mercado y toda clase de proyectos, en realidad, irrealizables.
¿Qué diría el Che hoy? No lo sabemos, pero su mirada aguda en el pasado sigue iluminando este presente que necesariamente será de lucha. Y desde donde deberemos trazar un horizonte de transformación radical de este sistema irreformable que es el capitalismo, para que el futuro sea, por fin, de todxs y para todxs.